El caballo de madera by Eric Williams

El caballo de madera by Eric Williams

autor:Eric Williams [Williams, Eric]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1950-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO II

ABANDONARON su escondite antes de amanecer y, después de haberse limpiado la ropa por encima, regresaron por donde habían venido, en dirección a la ciudad. Todavía era de noche en las calles, pero ya marchaban a su trabajo los alemanes.

Al entrar en la ciudad se cruzaron con los primeros tranvías de la mañana y al llegar a la estación casi se veía ya. La sala de entrada estaba llena de gente y Peter siguió a John camino del tablón de anuncios. Sentíase más seguro al formar parte de esta multitud mañanera; se creía menos vulnerable que cuando recorrían las calles.

John estuvo mirando los anuncios durante varios minutos, luego se volvió y se dirigió hacia donde había menos gente.

—Hay un tren para Küstrin dentro de una hora —⁠dijo⁠—. Es un tren local con paradas en las pequeñas estaciones.

—Nos iremos en ese —dijo Peter—. A ver si podemos tomar café. Tengo un frío terrible.

—No sabemos si está racionado; pero, después de todo, somos extranjeros. No pueden esperar que lo sepamos todo.

—No debemos acercarnos a los puestos de la Cruz Roja en el andén —⁠le dijo Peter⁠—. Solo son para los soldados.

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo dijo uno de los guardias en el hospital. Empecé a vanagloriarme de nuestra Cruz Roja y entonces él me soltó todo lo que sabía de la suya.

La sala de espera estaba caliente y con mucha gente y olía intensamente a tabaco alemán. Encontraron sitio en una de las mesas y sentáronse allí en silencio. Era difícil estarse sentados sin hablar y conservar, sin embargo, la naturalidad.

Peter miró en torno suyo a la gente sentada en las mesas. La mayoría llevaba uniforme y parecía no hacer ni el menor caso de los dos jóvenes «franceses» sentados silenciosamente en medio de la habitación. Peter sacó un paquete azul de cigarrillos franceses y le ofreció a John. John tomó uno y le dio las gracias en un francés muy suelto. Peter hizo un gesto de «no hay de qué» y se encogió de hombros de un modo que él suponía muy francés.

Llevaban sentados allí bastante tiempo cuando Peter se dio cuenta de que no había camareros. Era un mostrador de «sírvase usted mismo». John estaba de espaldas al mostrador y no lo había visto. Como Peter no podía hablar tocó el pie de John con el suyo, pero su compañero no lo entendía y le sonreía tranquilizándolo. Entonces Peter cogió un periódico que habían dejado en la silla próxima a la suya y se puso a hojearlo. Sacó un lápiz del bolsillo y escribió en el margen: «No hay camareros. Sírvase usted mismo», y le pasó el periódico a John, que rasgó el margen de la hoja, dobló el pedazo y se lo metió en el bolsillo. Bostezó de un modo muy visible y miró su reloj de pulsera. Luego dijo algo en francés y se dirigió al mostrador.

El café era ersatz y no estaba muy caliente. Era malta, la misma marca que daban en Dulag-Luft. Allí no daban mal de comer, pensó Peter.



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